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Traducciones: Rodrigo García Bonillas
TOPOGRAFÍA: DINÁMICA
Eludiendo los caminos, esquivando los puentes,
poniendo en los bolsillos fruta seca,
alcanzas la salida del sol por el campo, donde la luz
es monocroma y el sepia oculta
la realidad de los árboles, del arcén. En la niebla
tus manos se espigan. El rostro está apenas marcado. Se ven
los húmedos torrentes que fluyen serenos entre nosotros,
así como el rayo de luz que divide
pantalla y proyector del auditorio. ¿No sientes este
deslinde? Como si pasase el agrimensor
y enterrase sus varas, a todos asignando los metros de dolor, los caminos.
Incluso esta parcela de tierra enmudecida es hostil para nosotros.
Hay rocío en los zapatos. En las colinas lejanas
se azulan secos troncos. Andaremos mucho tiempo, hasta
que canten los gallos, se estire, bostezando, el perro, echen polvo
los primeros autos, las vacas
marchen al calvero bajo el chasquido del látigo,
rumiando el sueño previo, entremezclado con la hierba fresca y jugosa,
hasta que las vecinas empiecen a gritarse por encima de la cerca,
salga el sol, tras desayunar los hombres se acuclillen
en el peldaño del zaguán, para acabarse el cigarro,
y empiece a replegarse la humedad matutina –lenta y de malas–
a los barrancos, al terreno, por árboles oculto, que inunda el río serpeante,
a las cuevas en las faldas del peñasco.
Andaremos, alegría mía, seguros
e inseguros, hasta que empiece el día de nuevo, la vida,
a la que nadie ni nada piensa en balde gastar,
extraviar poco a cada paso (como tú
el ánfora de vino y yo la libreta de apuntes),
en fin, como nosotros la gastamos, por ejemplo, en esta excursión,
ocultándonos de ojos y de oídos,
merodeando, como bestias salvajes, olfateando
en la hojarasca, bajo las raíces, en agujeros y abandonadas madrigueras,
la dicha, la soledad, la tierra,
lista a acogernos tal como somos:
enemigos para sí, raza vacía.
REMINISCENCIAS
Los amigos decidieron conducirme hasta el cruce de las calles,
donde ya no esté perdido, donde pueda tomar un taxi
y sobre todo exista la posibilidad de volver, de quedarse. Por lo mientras
nos movemos lentamente hacia la luz, que se riega hacia abajo,
donde desemboca el callejón en la arteria importante —
con el tranvía estridente, con el chirrido de ruedas veloces e invisibles
y, muy cerca, con las fauces abiertas del metro cerrado.
Tú pateas una lata, después una piedra, paso cansino,
frotas el bordillo con la suela, lanzas
el cerillo ardiente en la noche, una silueta oscura, el asterisco del cigarro.
Tu mitad cariñosa relata, se calla,
en mí se interesa, mira al cielo, a las tinieblas profundas, y
su mirada está llena de fe sin esperanza en el mañana. Claro,
no es tiempo de largos coloquios. Nos apuramos a casa.
Y así, bastante tiempo vaga mi cuerpo de la orilla del café
a la orilla del coñac o la ginebra, o a veces atraca
en el puerto querido del club ruidoso, lleno a tope,
donde escuchamos jazz,
escondidos tras el humo de cigarro, tras cierto hombro, tras las columnas
del destino, que en la entrada, sobre las cabezas,
con ojos ajenos nos busca, nos busca y espera.
La temporada muerta comienza, hablan en la mesa vecina
y las palabras se entrelazan en síncopes de bajo,
en fino murmullo de flauta (así
las piedras en la boca del rétor-neófito desfiguran frases,
acercando, no obstante, el tribuno al discurso exquisito), desplazando el acento
de “la insoportable levedad del ser” a la noche del martes,
al último dinero, a la soledad: al sentimiento, ahora
visible tan sólo en las pausas entre cada ejecución. Los días nadan
(la música solamente lo confirma) en cierto ritmo de ningún modo
relacionado con la temperatura: mayo es como noviembre.
Pero he aquí que una lancha pequeña, fletada con uno de diez,
hiende la ola en el Anillo de los Jardines,
el taxista refunfuña por las lluvias, una yerba lánguida, un saxofón tenor,
y la frase musical que ya se había vuelto conocida,
y recuerdo el verano, cuando tenía veinte, y el sol,
que daba besos jugosos, una vez:
higo, rebanada de melón, pérsimo.
PERCEPCIÓN DEL MUNDO A LAS 05:15, HORA DE FINLANDIA
Me dormí por la noche, despertando a menudo, o incluso no dormí en absoluto,
advirtiendo cómo amanecía tras la ventana con el cambio constante de postura.
Soñé que Navalny estaba en una ciudad pequeña del Norte,
andaba y preguntaba a quien se encontraba en el camino:
«¡Oiga, amigo! Y bien, ¿cómo le va por aquí? ¿No vinieron aquí por montones?
No importa, no vendrán muchos:
se sabe que el 40% de los hombres tayikos viven en Moscú,
con ellos otro tanto de mujeres, además sus hijos y ancianos,
pero su presidente
gobierna a los guardafronteras rusos, no hay nadie más».
Luego soñé con cierto poeta que hablaba de adelgazar y
de los kilómetros recorridos en vano,
cierto músico de la preparación de la comida,
cierta figura literaria del cambio de apariencia del moscovita promedio,
cierto periodista del cierre de fronteras al Sur
y la apertura de fronteras al Oeste,
o he aquí una vieja conocida, poetisa hippie de antaño,
que escribe ahora ciegos artículos de odio,
tornada antisemita y homofóbica,
que desde hace mucho prevé quién es quién en las bambalinas del mundo,
aborrecedora de liberales, blasfemas, etc.,
y por aquí cierta mujer de sociedad,
que vendía un vestido, una o dos veces usado, de cierta couture,
y maldiciendo, trastabillando, una cierta baldosa de Sobianin…
Luego desperté y mucho tiempo me estuve diciendo:
debes dejar de leer Facebook,
debes dejar de leer Facebook, debes… Debes leer,
mejor estropearse los ojos y sesos con libros, me dije, y después
me senté a escribir todo esto y lo titulé:
«La Sección de Noticias de Facebook reemplaza mis sueños».
Pero a ti no, en absoluto, querida, aunque no haya soñado contigo.
OTOÑO. CARTA DE LA MADRE
En el cielo de ámbar hay un raro destello.
Aquí gorjea la lluvia; nada más
nos inquieta, no. Además,
hoy es la lluvia. Y ayer
no oímos de ella, cuántos
no perciben los matices de su rumor.
El ladrido del perro, el clamor del gallo, despertado por la luna joven,
y la brisa que transporta los olores del desierto una vez más
me recuerdan a ti. Todo es como antes, nada ha cambiado:
con cuidado limpiamos tus cosas, las ponemos en su sitio.
Tu rincón espera a su dueño y en nuestros
corazones estás tú, travieso, corriendo a lo largo del arroyo
tras el barquito de tablitas.
Cuando dejemos de soñar con la realidad
me podrás decir lo que va a ser. Pero no
entendemos la voz que siempre escuchamos. Bueno,
somos pacientes, y de no ser por el paganismo
adoraríamos a los dioses de ultramar,
a cuyas tierras te fuiste y no regresaste.
En ellos está la única esperanza: el tótem tribal
se secó y es indiferente al sacrificio. El otoño
lento se escabulle en nuestro altiplano; el bosque
se vuelve purpurino, maduro, como chabacano, y
de tierno silencio
parece impregnado todo lo vivo. Un rayo
destrozó el viejo roble. Se enyerbó
el sendero a nuestra parcela: vamos muy poco,
y el correo mucho menos. Todo tipo de fieras
frecuentaron el huerto: ya huellas
de zorra, ya se vislumbra el puercoespín entre coles. Las aves
giran sobre las copas doradas. En el bosque que oscurece
de tarde hay susurros misteriosos que se escuchan, a veces,
de pronto, se agita el rosal silvestre,
que está tras la valla, detrás del cobertizo; en el pino
llega a graznar un cuervo mágico,
ulula a medianoche el búho, apaga
tu padre la vela, tras leer el poemario de Tao Yuanming.
Así pasa la vida. Es turbia su agua y es extraño
que, habiendo crecido en las montañas, aquí sueñe con ríos:
inmensos de anchura, mudos como el barro, como la muerte.
Y quién lo podría explicar: los sueños, mi tristeza, tu ausencia y aquello
que se mueve con callado temblor. A la luz del farol
las hojas de plátano caen, y la
mariposa nocturna vive
sus últimas horas hasta el toque de misa.